martes, 23 de febrero de 2016

Libros de poesía colombiana en el 2015

A razón de lo poco escrupulosos que son algunos medios a la hora de recomendar libros de poesía, la revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida destaca cinco libros de autores colombianos publicados en el año 2015. Una lista a la que, sin duda, se le pueden sumar varios títulos más, debido al buen momento por el que pasa la poesía colombiana:



1.      Música Lenta de Nelson Romero Guzmán



La obra poética de Nelson Romero Guzmán va en sólido ascenso. Y no es únicamente los reconocimientos y premios que envuelven su trabajo. Con Música lenta, nos enfrentamos a uno de los mejores libros de poesía colombiana publicados en los últimos años. Dentro de una tradición poética conservadora, con pocos poetas colombianos enfrentados al riesgo, Música lenta abre una brecha inesperada y poco explorada en la poesía. Reflexivos, antipoéticos, con saltos al humor o, al contrario, desafiando la condición del hombre, la poesía se multiplica, alumbra, en la medida que examina intricados problemas del lenguaje, desde lo humano y lo cotidiano, hasta la domesticación de Dios.



LECCIÓN DE CULINARIA

Este ha sido el infierno para una mujer: pelar una cebolla. Las hojas en las manos se multiplican delgadísimas. Hijos, en el corazón de la cebolla está Dios, decía mi madre para darse consuelo y consolarnos. Ella no hacía uso del cuchillo, pues temía herirle el corazón a Dios. Por tanto, el hambre en la casa era la eternidad. Mi madre no veía la hora en que un ángel aleteara entre sus manos, por el momento de esa carne comeríamos. Tiempos en que los ángeles, nuestros guardianes, se transformaban bondadosamente en aves de corral. Pero los tiempos cambian y eso ya no ocurre, así que un día las cosas empeoraron: nos volvimos transparentes como las mismas hojas de la cebolla. Fue hermoso, porque a través de mi hermano veía a mi madre en el punto más lejano del universo pelando sin descanso esa maldita cebolla. Hasta que llegó al punto oculto del centro donde estaban las regiones superiores. Pero por desgracia, Dios había salido un rato del centro de la cebolla. Pobre sirvienta de Dios, mi madre, en los misterios de la cocina. Lo cierto es que nunca pudimos comer en el Reino. Yo no sabía que mi madre de tanto pelar cebollas se había convertido una envoltura de cielos transparentes; algo así como un cielo dentro de otro cielo, y éste dentro de otro. Recuerdo que no comimos, pero tampoco vimos a Dios. Ahora entiendo que la demasiada religión es la peor de las culinarias. Por fin quiero vengarme de todo esto derribando el Araboth, árbol del cielo.



EL NEGRO

Las cosas se esconden de sí mismas en el negro. En el negro habita Dios. Sostenido por las agujas en su centro, nunca puede moverse hacia la claridad. De vez en cuando –cada diez mil o veinte mil años – se acuerda del hombre y le hecha una mirada por un pequeño agujero, pero no se arrepiente. Dios oye música lenta. En esos momentos percibe que él es un centro lleno de centros devorándose. Si dejaran de devorarse, se borrarían todos los mundos. Sostenido por las agujas, sin poderse mover hacia ningún lado, en lo negro nunca ha podido verse a sí mismo, y eso lo convierte para nosotros en un ser invisible. Si por desgracia un día se hiciera visible, enloquecerían las agujas que lo sostienen, parecerían los centros que todo lo devoran y el mundo dejaría de existir.



PUERTA 2

Detrás de esta puerta
          hay unos geranios
                                  nevándose,
hay un hombre
al que le llueven lágrimas de los testículos,
está amarrado a otro hombre de espaldas.
Así empezó todo este desorden,
este nudo imposible de soltar.

Nadie ha podido abrir esta puerta.

Los dos hombres amarrados en el patio
son los juguetes olvidados
                                      de la infancia de Dios.




2.      La ruina que nombro de Andrea Cote



La ruina que nombro, libro de Andrea Cote, nos sitúa en un descubrimiento constante, en el que la nostalgia y el secreto interior marcan los límites de nuestro devenir. Se trata de una retrospectiva hacia las misivas, indulgencias y retratos sonoros que han definido lo que somos, como una suma de respiros intactos que forman una línea continua; todo está allí incluso lo que a diario queremos olvidar. En este libro la poesía demarca estos senderos como una forma de contemplación, haciendo de la belleza una huella constante que crece como un jardín incluso en los abismos más remotos de la memoria, un inventario de recintos donde aún llueve, un collage de gestos que nos miran desde la sombra cotidiana, una forma de asumir soledades ajenas y llamarlas por su nombre. 



DE AUSENCIA
Es para el dios de lo deshabitado
que se alzan templos invisibles
en la borrasca del desierto.
Es para él
que los árboles enanos inclinan en la arena
sus ramas
humildes,
fervorosas.
Es para que no te aferres
que existe un dios de la ausencia,
señor del desierto
y de las cosas que,
como la sombra,
existen por la fuerza de la luz que los rechaza.



LA RUINA QUE NOMBRO

       Quiero saber qué es la piedra
               que tanto me conmueve.
                          Qué es en verdad
                    la ruina que nombro.
También escribir es derrumbarse.




LA RAÍZ

La tierra
la insistencia,
y la flaqueza
también son cosas que odié.

Recuerda,
hubo un mal tiempo:
se agotó la templanza de los montes,
se doblegó abril,
y pensamos que esta fuerza
era impura.

Odiamos la riada
y el agua que insiste
y las ganas que todo tuvo
de ser río
y de arrancarse.

Odiamos las aves que migraron
y las mujeres bellísimas
que murieron temprano
Recuerda,
hubo un tiempo muy malo,
las aguas rindieron la materia,
y yo odié.

La lluvia insistió
y el agua fue la materia más pesada
y salió a flote
por milagro
por descuido
la raíz del río,
la savia del agua,
la piedra de toque del dolor.

Te digo:
hubo un mal tiempo
y supe así
que las cosas que odié
también las quiero de mi lado.




3.      Diario sucio de Felipe García Quintero



Una beca. Un país. Una hija. Miles de caminos; o quizá uno solo: la poesía. En Diario sucio, del caucano Felipe García Quintero, publicado por la Editorial Germinal de Costa Rica, se desteje el recorrido que hiciera el poeta por México en el año 2008. Calles, olores, hostales, mundos, almas. Una mano que le acompañaba de norte a sur, y viceversa: Susana. Un libro de viajes donde se construye el lenguaje mexicano desde la mirada atenta de García Quintero, su contemplación poética.



ESTACIÓN DE CHAPULTEPEC (Fragmento)

***
Viajar y callar acaso sean las partes constitutivas y complementarias de ciertos momentos de la vida en la ciudad. Viajar y callar. Temprano los tuve juntos conmigo.
El viaje puede contra el ruido clandestino, incluso silencia la misma voz pasajera del zumbido urbano, y nos deja el paso libre para escuchar a solas el pensamiento oculto que nace de las imágenes aleatorias del recuerdo o del entorno más próximo a la realidad, como son los sueños y la imaginación.

***
Cuando no hay más defensa del mundo y sin otra elección posible, se anda por allí, en paz y sin nombre, auscultando las cosas con el silencio de la mirada.
Porque callar sirve de arma para sortear asuntos personales acaso inevitables, potencialmente ásperos, que indisponen el saludo, alejan la amabilidad y la cortesía de las buenas maneras, para caer sin remedio en la desatención, la indiferencia, el sutil y previsible agravio; todo ello hecho sin el menor interés de causar algún daño o hacer mal.
“Quien sepa entender mi silencio, sabe entender mi alegría”, escribiste amigo Johann.

 Coyoacán, junio 30



EN SILENCIO LA POLILLA TRABAJA SU MADERO

En silencio la polilla trabaja su madero.

Semejante al insecto yo lo hago con esta página
infatigable y, como la noche, desnuda y honda.

Entre las pequeñas sombras,
imagino sus pasos llenos de oscuridad.

¿Ese murmullo es la soledad roída del lenguaje?

La presencia del ruido anticipa lo incierto,
el constante corroer que aún no tiene nombre.

Junto a mis pocas palabras
estos residuos sonoros son piedrecillas sobre el papel,
leves tesoros desenterrados de la calle.
Coyoacán, julio 11




CORRESPONDENCIA DE LA MOMIA

No fue la tierra nuestro puerto, por eso el aire de esta orilla prodiga sombra a la arena perpetua del cuerpo.

Dimos luz al agua que inundó la mirada y al temblor la carne de todos los sueños.

No es la tierra sino el aire que nos sembró en el polvo de este gesto: la boca abierta allí, por siempre, la flor marchita del hambre. Sólo dientes lleva el grito. También la ceniza late en las manos duras y vacías. Como cristal el músculo frágil yace sin nervio.

El gusano de la pupila restalla tras la piedra del tiempo. Como en papel seco, la sangre sin tinta escribe su mensaje al viento: el miedo de los vivos es la vida de los muertos.

Guanajuato, agosto 30




4.      Una palabra cada día de Gustavo Adolfo Garcés



Tiene aire, y es aire que respira. Que viene de un ascetismo oriental con la luz precisa, con la imagen contemplada, con la palabra justa y el silencio desbordado. Es un libro que sin prisa ni distancia, conduce irremediablemente hacia el fondo. Una palabra cada día también incluye una selección de algunos poemas del anterior libro de Gustavo Adolfo Garcés, Hasta el fin de los números, que permite establecer la línea de sólidas brevedades que caracterizan su obra limpia, emotiva en parquedades, aire en medio de tanta palabra.



NIEBLA

La aldea
se disuelve
en la niebla

no hay sol
ni luz
que la pongan
a salvo



ARAÑA

Todas sus tardes
son lentas

vigila sin pausa

me hechiza

creo que le rezo



ORACIÓN

En la carreta
que remolca el buey
van las montañas




5.      El sol y la carne de Camila Charry



El panorama de la actual poesía colombiana cuenta con todos los matices necesarios para creer que tiene mucho que apostar y qué decir. En un territorio mundial en el que la lectura de poesía queda delegada a pequeños grupos y a los mismos escritores, el trabajo de la colombiana Camila Charry Noriega se abre paso como una lectura que, en conversación con su tradición y con temas recurrentes en Colombia, aún tiene muchos rostros por descubrir. En su último libro El sol y la carne vemos una construcción poética que inquieta por las imágenes fuertes que evitan eufemismos, para mostrar el desgarrador rostro de la barbarie, sin olvidar el elemento estético del lenguaje. Adicionalmente es un libro que pone su ceño sobre el hombre: el hombre y su desnudez, el hombre y su patria y el hombre y su reflejo. El sol y la carne se perfila como una lectura indispensable para quien le inquieta la poesía colombiana, como para quien habita en el país de la memoria.



POR ESTAR VIVOS
nos desnudábamos
y reconocíamos
la furia en la espesura de la noche
y era por este apego a la carne
que día tras día
las manos quemadas por tanto sueño
arrancaban de las espinas
la luz roja de la tarde. 



LA PALABRA HA MUERTO,
sin ella
¿Cómo nombrar a Dios?
En el silencio,
en la ausencia de palabra
el mundo flota como una idea
ensombrecida, virtuosa
y también Dios,
su lenguaje hecho de capricho humano
de humana incertidumbre.
Ahora, cuando no hay palabra
cuando el lenguaje abandona
su servidumbre,
su súplica, aún digo:
–Dios, sálvame de tu furia,
dame luz y sed
protégeme de mí misma,
aunque sea haz que en mí las palabras digan algo
traigan algo
revelen alguna verdad
si es que acaso existes–.



BOJAYÁ

Les trozaron las manos
y en el pellejo de otros muertos, los labios les hundieron.

Para comer
después de tres días
les llevaron las tripas de sus perros.
Detrás de los árboles
unos cerdos esperaban las sobras
           las falanges
           los tendones quemados
que aún temblaban
                             pues las balas
dentro de estos pedazos de cuerpo,
de mundo,
seguían calientes y sacudían la piel partida
por el plomo final.   









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