Robert Johnson
Alguien dijo que fue un tañido grave, producido por el aleteo de una
polilla moribunda, lo que incendió su amor por la música e impulsó su fuga de
gato herrumbroso.
Acompañado sólo por su guitarra de azogue, sobre los caminos dos veces
nocturnos, le arrebató su suerte a todo aquello que se desprecia.
Recorrió tabernas y pueblos, suburbios y ciudades.
Los negros se aterraban con el combate de sus bajos y su guitarra
mordida por una nube de sombra.
Se tatuó en la piel su propia leyenda —el tiempo no podía malgastarse—.
Había que quebrarse las botellas directo en la garganta, seducir escorpiones,
copular con pañuelos blancos, para después desaparecer en el aire.
A setentaiocho revoluciones por minuto concibió todo lo que debía
decirse: veintinueve canciones y dos ligeras fotografías donde vemos a un
bluesman tostado por los rudos soles del Delta.
La leyenda agrega siempre que, a sus veintisiete años, mientras bebía la
depresión de un vaso de Whiskey en el fondo de un bar, lo irrumpió un hombre
que portaba una máscara del color de la noche; vestía un extraño levitón y
parecía llevar a cuestas un alud de árboles deformes.
Johnson, con un ligero movimiento de manos, le dijo:
"Hola Satán. Sí, lo sé. Es de nuevo la hora de marcharnos."
Henry Alexander Gómez,
del libro Diabolus in musica (2014)
2 comentarios:
Genial, simplemente genial. Me encantó.
algo de la guitarra de Robert Johnson transluce aquí.
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