domingo, 28 de agosto de 2011

El castillo gótico de Horace Walpole

En el denominado Siglo de las Luces, en plena Ilustración, cuando el hombre sueña con someter el mundo a través de la razón y la ciencia, “lo solar se tiñe irremediablemente de la noche”. Son los castillos del excéntrico Horace Walpole quienes inauguran toda una estética gótica que alimentó para siempre los imaginarios de lo que hoy constituye la literatura de horror.
 
“El castillo gótico fue una gangrena en el costado del Iluminismo”, escribió la poeta argentina María Negroni. La cuota sombría de la literatura gótica resulta deslumbrante, no sólo para la cultura popular de aquellos años, sino para el naciente romanticismo y, más acá en el tiempo, para los surrealistas franceses, quienes reivindicaron la novela gótica con un gusto casi perverso. Primero fue la construcción, a partir de 1748, del castillo en Strawberry Hill lo que obsesionó a Horace Walpole, en su gusto dantesco por todo aquello relacionado con la Edad Media. Luego fue la novela que lo llevaría a la fama, El castillo de Otranto (1764), escrita de un tirón después de haber soñado su lóbrega trama.
 
Hoy el término gótico nos remite inmediatamente a lo oscuro, lo macabro y lo terrorífico. Los cementerios, las abadías antiguas, los castillos umbrosos, los bosques embrujados, lo fantasmagórico, la sangre, son algunas de las características de estas obras que marcaron un derrotero bastante importante en la literatura europea. El castillo de Otranto, los estudios coinciden en afirmarlo, es la pieza que origina esta escuela, y en ella entrevemos varios de los imaginarios de la literatura de terror. La historia se construye en un castillo italiano en la alta Edad Media y cuenta una relación de sucesos que ocurren a raíz de una maldición que pesa sobre el principado de Otranto. Manfred, príncipe de Otranto, se ve amancillado cuando su hijo Conrad, a punto de casarse con la princesa Isabela, es asesinado misteriosamente por un yelmo gigante. A partir de ahí la novela nos lleva por una cadena de complots familiares, usurpación de principados, asesinatos, tragedias, identidades perdidas, que se mezclan con toda una serie de hechos fantásticos, como un fantasma que se sale de una pintura, manos y pies gigantescos, espíritus que rondan los pasajes oscuros del castillo o el cementerio, anteponiéndose a la escuela surrealista y, por supuesto, a las tramas policiacas en la literatura.
 
Cuando Horace Walpole escribió esta novela, la publicó bajo el seudónimo de Onuprio Muralto, afirmando que era la traducción directa del italiano de un documento impreso por William Marshal en Nápoles en 1529. Cuando la novela comenzó a leerse y abrazó la popularidad, Walpole preparó una segunda edición donde revelaba su autoría, colocándole a su vez el apelativo de a gothic story, bautizando, sin saberlo, el costado oscuro del Siglo de las Luces.
 
Si bien El castillo de Otranto no hace parte de las llamadas “obras maestras” de la literatura universal, sí es una historia que atrapa desde el primer momento y constituye una narración clásica para todo aquel interesado en la literatura fantástica y, en suma, en la literatura de ultratumba.

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